Como cada día despierto y veo la lámpara de mi cuarto, esta vez sin bombillas por lo que ya tengo mi primera foto. A partir de entonces no paro de capturar instantáneas. Enciendo la luz de mi mesilla y miro por la ventana: el rocío cubre todo el jardín de mi casa y las primeras luces del sol aparecen por el horizonte, dorando el reflejo del mar. Entro en la cocina dispuesta repetir mi ritual, con lo que lleva una foto más: zumo de naranja, taza de café y galletas en el plato. Con las fuerzas retomadas salgo a la calle, observando todo lo que me rodea: una madre con sus dos hijos en la acera, el camión del pan parado enfrente de la tienda, atasco de coches a la puerta de un colegio, un policía dirigiendo el tráfico...y se pone a llover. Una niña abre su paraguas y un deportista en pantalón corto pasa mojado por mi lado. Entro en una cafetería del centro y me siento en una mesa junto a la ventana. Dentro del bar la gente detiene su jornada para descansar: el camarero parte un trozo de tortilla, dos hombres con traje toman un café, tres adolescentes con sus carpetas y mochilas ríen en la mesa de al lado, dos ancianas entran por la puerta, una de ellas con un perrito en los brazos. Me tomo el refresco y miro por la ventana, ya que parece que deja de llover, así que pago y salgo a la calle. Me dirijo a la parada del autobús, pero está vacía porque el autobús ha pasado ya, con lo que inmortalizo el momento de rabia ya que tendré que esperar 10 minutos más. El autobús llega con retraso y abarrotado de gente hasta el asiento del conductor, que tiene cara de pocos amigos. Otra foto más, ¡nunca había visto tanta gente en tan poco espacio! En el camino intento hacer más fotos: a la madre con el carrito en mitad del autobús, a la mujer con las bolsas de la compra que come pequeños trocitos de su barra de pan, al anciano del basto que se tambalea con cada frenazo, a la pareja de novios. Me bajo como puedo en mi parada y entro en el hospital. La plaza que hay a la entrada está llena de niños jugando, algo paradójico en mi opinión. El hall es amplio y con grandes columnas de mármol, dos mujeres limpian las paredes y el suelo. A la derecha la tienda de regalos, llena de revistas y chocolatinas. A la izquierda el pasillo de urgencias, con dos sillas de ruedas y una camilla pegadas a la pared. Continúo hacia delante y llego a los ascensores. Espero la cola detrás de 5 personas más y por fin llega el ascensor. Todos vamos a la tercera planta, con lo que dejo pasar a la señora de mi lado y después salgo yo. Fotografío las máquinas de bebidas del pasillo, los familiares sentados en los bancos y el cartel: cirugía general. Toco a la puerta y entro en la habitación: 345. Allí está mi padre y su compañero de habitación, la luz entra por la ventana que se refleja en el espejo. Entra una enfermera vestida de azul y cambia las botellas de suero, antibióticos y calmantes. Salimos al pasillo para dejar que les hagan las curas. Fotografío el carrito de las cenas, que se acerca por el pasillo; la central con la mesa de madera y los jarrones de flores; una mujer que pasea en bata por el pasillo agarrada a su hija. Entramos en la habitación de nuevo. Mi padre come la sopa, su compañero puré de verdura. Las luces de las farolas se reflejan en la ventana, que tiene la persiana a medio bajar. Le doy un beso a mi padre y me despido, le saco una última foto. Sigue lloviendo y las farolas no están encendidas. En el autobús sólo hay dos personas: un chico con gorra y pantalones anchos y una mujer joven que habla por el teléfono. Están sentados uno detrás del otro, con lo que encuadro a ambos en la misma foto. Llego a casa tan cansada que lo último que fotografío es la sombra de los árboles del jardín en la pared de mi cuarto, alumbrados por la luz de la luna.
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